Varias cuevas en la cornisa cantábrica, como las de Tito Bustillo (fotografía superior) en Asturias y Altamira en Cantabria, y de Francia, como la de Lascaux, Pech-Merle o Cougnac, albergan pinturas rupestres.
En las pinturas se plasmaban principalmente figuras antropomorfas y animales, pero también manos, huellas y puntos.
Era común aprovechar las protuberancias de la piedra irregular que conformaba las paredes de las cuevas para aplicar un efecto de relieve al dibujo. Se usaban diferentes técnicas: los dedos o técnica digital; la crin de los animales o técnica de la brocha y también la técnica del esfumado, que consistía en soplar por una caña o, hueso hueco los pigmentos.
La cueva de Altamira, por ejemplo, contiene uno de los mejores conjuntos de pinturas realizadas durante el Paleolítico. En ellas aparecen una serie de animales, como ciervos, bisontes y caballos, representados en escenas habituales de su vida en la naturaleza.
No se conoce con seguridad el motivo por el que se realizaban estas pinturas. Según los aborígenes australianos, las pinturas sirven para transmitir a los demás sus creencias, para ponerse en contacto con los espíritus y también para intentar que haya buena caza.
Por lo tanto, las pinturas rupestres de Altamira pueden tratarse de un ejemplo de la llamada magia simpática, consistente en la representación de la acción que se quiere realizar más tarde: las pinturas habitualmente están relacionadas con la caza y, por eso, en ocasiones aparecen animales con lanzas clavadas, como se deseaba que ocurriese en las cacerías.
Dentro de una misma cueva se pueden observar varias partes: en la entrada se dibujaban las actividades de la vida cotidiana. Las pinturas rupestres que se encontraron en el fondo de la cueva recibieron el nombre de “santuarios”.
Las figuras humanas son muy esquemáticas, pintadas a escala y prácticamente monocromáticas. Tienen un carácter narrativo: cuentan la vida de la tribu, con sus diferencias de género y distintas actividades.
lunes, 11 de mayo de 2009
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